sábado, 24 de febrero de 2018

Reflexión amplia y novedosa sobre el tema de género


« HUMANOS,  NATURALEZA  Y  DIOS »,  José  María  VIGIL.

Renovar madura y libremente el paradigma antropo-teo-cósmico de nuestra cosmovisión,
a la luz de lo que sabemos hoy científicamente

A QUÉ LLAMAREMOS PARADIGMA ANTROPOTEOCÓSMICO
En toda cultura se da lo que se llama los paradigmas, que funcionan como los «presupuestos» cognoscitivos más básicos: corresponden a afirmaciones o evidencias tan básicas y elementales, que normalmente resulta imposible discutir, pues a todas las personas de esa sociedad les parecen evidentes, por lo que se las da constantemente por supuesto; nunca nadie las somete a análisis ni a debate, y quedan como instaladas en lo profundo del subconsciente colectivo.
Los paradigmas están constituidos por un conjunto de axiomas, de principios elementales, que son los supuestos fundamentales del conocimiento a través del cual las personas de una comunidad cognitiva pueden conversar, debatir, incluso discrepar, permaneciendo siempre dentro del planteamiento común en el que comulgan todos: el paradigma que sostiene su cultura.
Pues bien, podemos decir que el paradigma más básico y profundo de una cultura es el conjunto de evidencias (axiomas) que esa sociedad se forma para sí misma sobre las tres realidades más inmediatas y decisivas para nosotros los humanos, a saber: nosotros mismos, la naturaleza que nos rodea, y lo que podríamos llamar dios o, más ecuménicamente, el Misterio; nos referimos a esa dimensión «trascendente» que de una forma u otra el ser humano percibe, a diferencia de los animales.
Lógicamente, todo el edificio del pensamiento humano (conocimiento, información, ciencia, religión, espiritualidad...) se construirá y se apoyará sobre la comprensión básica que esa cultura se haya hecho para sí misma de este «núcleo central» del que estamos hablando: la entidad otorgada a cada una de esas tres realidades más inmediatas y fundamentales, tenidas como evidencias axiomáticas, y una relación mutua que se les atribuye, formando con ello el núcleo duro paradigmático que va a influir y a estar a la base de todo lo que en esa cultura se piense, se viva, se crea, se elabore; su religión, su ética, pensamiento filosófico...
Llamaremos a este núcleo central el paradigma «antropo-teo-cósmico» queriendo indicar establece la concepción básica y las relaciones mutuas de esas tres realidades que son las fundamentales para los humanos: ellos mismos (ánthropos), la naturaleza (kosmos), y dios o el Misterio (theós). Hay paradigmas a muchos otros niveles, y en otros sentidos, ya sabemos, pero aquí nos estaremos refiriendo en principio a este sentido, porque queremos poner de relieve lo decisivo que es. Pero como su nombre según su etimología es complicado, por comodidad y sencillez utilizaremos también sin más la palabra «cosmovisión»; ya sabemos que en este texto, mientras el contexto no sugiera otra cosa, con la palabra cosmovisión nos estamos refiriendo al paradigma antropo-teo-cósmico- de esa sociedad.
Una prevención: el adjetivo que se hizo famoso hace unos años fue el de «cosmo-te-ándrico» -muchas personas lo recordarán sobre todo por la obra de de Ramón Panikkar-, que tenía esa misma intención de significado, pero que cae en el error de designar a lo humano con la palabra andrós, «varón»... Aunque nos cueste ahora un poco acostumbrarnos a la palabra correcta, preferimos esforzarnos desde el principio a decirla bien, y no entrar en connivencia con un error lingüístico machista.

MUCHAS CONFIGURACIONES POSIBLES
Ese núcleo básico mínimo, aun siendo tan elemental -de tan pocos elementos-, admite muchas variaciones y combinaciones, cuyas diferencias que pueden resultar abismales. Por ejemplo: podemos establecer que Dios existe o que no existe; que es un ser celestial o que es la naturaleza misma; que estamos solos los humanos, o que estamos ante él, o que somos meramente naturaleza; que nosotros existimos, o que en realidad somos sólo «formas» de un Absoluto, sin dualidad ninguna respecto a tal Absoluto...
Obviamente, cada una de estas configuraciones de este núcleo central, condicionará todo el edificio de nuestro pensamiento, y determinará toda la arquitectura de nuestra religión y nuestra espiritualidad; es decir, no podrá menos de ser el paradigma básico que marcará la cultura que sobre él se construirá. Dime qué piensas del núcleo «humanos-naturaleza-dios», y te diré en qué tipo de cultura estás; o dime cómo imaginas la relación entre algunos de los tres grandes componentes de esa cosmovisión, y te diré a qué época de la historia de la humanidad se asemeja tu pensamiento, o a qué época te estás refiriendo.
Lo que sigue es un estudio sencillo y sin excesivas pretensiones, que quiere poner en valor algo de lo que hoy sabemos del origen, y de la evolución de este paradigma antropoteocósmico, y su descubrimiento en la historia -que aun en muchos estudios actuales sigue siendo positivamente ignorado, como algo en lo que no merece la pena siquiera entrar. Descubrir que tiene una prehistoria y una evolución relativamente bien conocida, nos abre un horizonte de libertad que disuelve varios de los impases más profundos filosóficos y metafísicos y espirituales que en este momento todavía nos mantienen rehenes, por cuanto hasta ahora pensábamos estrictamente según el modelo de la época de las grandes civilizaciones, y en concreto del pensamiento griego y de la religión de Israel. Todavía sigue siendo un tabú echar mano de lo que ya sabemos del período calcolítico: se sigue teniendo por un dogma que la historia comenzó en Grecia, y que la religión-religión, comenzó con Israel, y todo el que quiera remitirse a épocas anteriores ha de aceptar todavía ser tenido por exotérico o por iluso. Por todo ello, merece la pena «revisitar» este desconocido y a la vez tan simple y profundo «paradigma antropo-teo-cósmico». Y para ello necesitaremos remontarnos lo más atrás posible.

EL AXIOMA ANTROPOTEOCÓSMICO PALEOLÍTICO
Durante todo el Paleolítico -del que tenemos documentados al menos los últimos 70.000 años- los humanos hemos exhibido un tipo de espiritualidad que ha girado en torno a una Divinidad Cósmica Materna, que daba vida desde dentro al universo como un todo orgánico, sagrado y vivo, del que formamos parte los humanos, la tierra, las plantas, todos los seres vivos e inanimados. Todos formamos, somos una red cósmica, que nos vincula en todos los órdenes y a todos los niveles.
Ese misterio divino cósmico y materno quedó reflejado en decenas de miles de estatuillas femeninas de una Gran Diosa Madre, halladas por los arqueólogos, correspondientes a este período, que expresan una visión de la vida en la tierra en la que la fuente transcendente y creativa de la vida se concibe como una maternidad divina, de la que todos los seres vivos nacemos y a la que todos confluimos también con la muerte. Vida y muerte nos unen, nos acompañan y nos funden en un mismo movimiento biológico de vida y muerte.
Aunque de un modo vulgar la denominación de «neolítico» se aplica a un tiempo con frecuencia demasiado amplio -hasta el punto incluso de se suele decir que con la actual sociedad del conocimiento lo que se está acabando es el tiempo neolítico- un lenguaje más preciso nos hará ubicar el neolítico tras el paleolítico, en torno al año 10.000 antes de nuestra era -redondeadamente- como un período inmediatamente subsiguiente al paleolítico y caracterizado por un agricultura menor, de tipo horticultura, combinada con la ganadería, en apenas aldeas, ni siquiera pueblos ni mucho menos ciudades... Por eso, en rigor, todavía no podemos hablar de «religiones», sino de formas primeras de relación con lo transcendente, en esa forma difusa todavía que el ser humano lo percibe en estos tiempos primordiales. «Religiones», en rigor, serán producto ya de las civilizaciones y culturas, con su organización social productiva y jerárquica. Hoy sin embargo estamos lejos de dar por supuesto que sólo las «religiones» sean significativas para nuestro auto conocimiento religioso como humanos. Estamos ampliando notoriamente el panorama: religión, espiritualidad, transcendencia, «trato» con el Misterio lo hubo mucho antes de las religiones. El «paradigma antropoteocósmico» es miles de años anterior a las religiones, y su descubrimiento nos aboca por eso mismo a vivencias y comprensiones religiosas del ser humano muy anteriores a las religiones. Este descubrimiento hacia adelante (hacia atrás en la historia) nos amplía enormemente la visión de todo lo que hace relación a espiritualidad, religiosidad y religiones.
La historia y la arqueología hoy nos testimonian que durante aquellas decenas de miles de años hemos exhibido una espiritualidad muy cósmica, muy unida a la naturaleza, a los ciclos estacionales, a los animales «y su sabiduría», las plantas, las montañas y sus alturas siempre misteriosas, los cielos siempre inalcanzables, imprevisibles y cambiantes, las estrellas del fondo último de la realidad y siempre mensajeras. Durante todo el paleolítico, la divinidad, lo divino... ha sido la Naturaleza misma, y nosotros hemos surgido y crecido espiritualmente en la placenta misma de esa perfecta unidad antropo-teo-cósmica.
Durante esas decenas de miles de años nuestro paradigma antropo-teo-cósmico ha estado integrado por dos únicos elementos: nosotros y la Naturaleza Divina Materna. La Naturaleza misma ha sido nuestro interlocutor divino, un seno materno siempre vivo, nuestra atmósfera de “in-spiritualidad”, nuestro seno de vuelta a la vida tras la muerte.
Lo podríamos expresar gráficamente con una sola realidad, una esfera, o un manchón, un seno, un caos lleno de vida y de muerte, donde todo sucede, que todo lo abarca: ahí está todo, ahí estamos todos, sin confusión ni separación. Naturaleza divina y los humanos dentro de ella, en una perfecta unidad: este axioma antropoteocósmico paleolítico ha sido multimilenario, centrándose finalmente en el breve neolítico, antes de llegar a ser destruido en el tiempo calcolítico por las famosas invasiones kurgans.
Un desarrollo especial, singular, muy desarrollado, de esta visión espiritual antropoteocósmica se ha descubierto en las civilizaciones de la Vieja Europa, entre los años 6500 y 4500 antes de nuestra era, mucho antes de Grecia y Mesopotamia. El dato es bien conocido, a pesar de las ambigüedades que todavía esperan ser dirimidas por nuevos descubrimientos.

UNA NOTA DE HUMILDAD
En todas estas afirmaciones nos chirría en los oídos la pretensión universalizante con que pueden ser leídas, o escuchadas. El trabajo de antropólogos como Gimbutas se llevó a cabo casi exclusivamente en la Europa oriental y el Medio Oriente, pero el mundo es muy grande y diverso: sabemos que hubo una gran variedad de tradiciones espirituales en la prehistoria. Pensemos, por ejemplo, en el animismo que se practicó de forma extensa entre tantos pueblos paleolíticos. Pensemos en el trabajo de Joseph Campbell, por ejemplo The Masks of God, que describe una gran variedad de objetos de veneración entre gentes tribales. La realidad tuvo que ser inabarcablemente más diversa y compleja.
Y pensemos en los pueblos americanos precolombinos... ¿Se ha encontrado una cantidad comparable de estatuillas de diosas? Entre lo que sabemos de sus ritos y formas de culto, ¿predominan igual la veneración de figuras femeninas, de "diosas"? Pienso en los indígenas de América del Norte... y no vemos esto. O las múltiples imágenes de los pueblos preincaicos... Es claro que existe el peligro de hacer generalizaciones que no correspondieran a lo que sabemos y algún día podremos saber sobre de las costumbres tribales en tantísimas otras partes del mundo. ¡Apenas estamos abriendo los ojos! Discúlpesenos por eso un entusiasmo del que queremos prevenir críticamente con humildad al lector. (Y expreso mi especial agradecimiento por ello a mi amigo David Molineaux, verdadero experto).


LA SEPARACIÓN DE LA NATURALEZA EN LA EDAD DEL COBRE. LOS GRANDES CAMBIOS.
A pesar de la obvia incerteza de las cifras, el Neolítico suele situarse entre el 10.000 y el 5.000 antes de nuestra era. Le sigue después el tiempo del calcolíticio, la era del bronce, ese descubrimiento que permitió que las herramientas y también a las armas fueran más flexibles y por eso mismo más duraderas y útiles. Es el período en el que de la pequeña aldea pasamos a los pueblos y a las ciudades, y que pronto nos llevará a las Ciudades-Estado y a las grandes civilizaciones.
Hacia mediados de la edad del Bronce la infraestructura material de la vida está cambiando y desapareciendo incluso, y estos cabios se reflejan inevitablemente en la cosmovisión, en el paradigma antropo-teo-cósmico. La diosa madre de las estatuillas comienza a perder relevancia y capacidad de inspiración, y pasa a ser colocada en último plano, mientras dioses masculinos ascienden a primer plano. Sumer y Egipto aportan la primera evidencia escrita del «mito de la separación entre el cielo y la tierra» -una separación hasta entonces inexistente, una fragmentación extraña. El cielo pasa a ser ahora la morada divina, lo que es algo realmente nuevo. La tierra deja de ser divina, pasa a ser «mera naturaleza»: material, informe, caótica. Comienza a abandonarse la imagen de la naturaleza como madre divina, y pasa a ser pensada como habiendo sido «fabricada» por el «poder» de una «palabra» de un «Ser Divino» poderoso que otorga el ser a todas las cosas al nombrarlas: una época revolucionaria de cambios «antropoteocósmicos», de transformación profunda de la forma de comprender la realidad más profunda. Muy probablemente, esa novedad que aportan Sumer y Egipto debe coincidir con el paso de su estadio neolítico a su etapa de grandes civilizaciones agrícolas.
Así, la naturaleza deja de ser considerada divina y holística, como hasta entonces lo había sido. Su divinidad ahora diríamos que es extraída, y como separada de ella misma, y proyectada hacia fuera, más allá de ella de ella misma. Una nueva concepción de la divinidad pasa a ser reconocida ahora como exterior a la naturaleza, como algo puramente espiritual, inmaterial, supremamente inteligente y racional, de plenos poderes, y plenamente masculino, que pone orden en el caos femenino impredecible de la naturaleza material. Son los mitos -recién aparecidos ahora- de la «creación», que despojan a la naturaleza del carácter divino materno que hasta entonces tenía y en los que ahora un dios padre es quien pasa a jugar el papel fundamental. De esta manera, la realidad en/ante la que se encuentra el ser humano, el interlocutor existencial del ser humano, que hasta ahora había sido una naturaleza integral e integradora, queda escindida en los dualismos tierra/cielo, naturaleza/Dios.
Los «mitos de la creación» -otra novedad de la época- introducen una ruptura profunda en la unidad antropo-teo-cósmica (cosmos, divinidad, humanidad): cielo y tierra son separados como «dos pisos» diferentes, habitados uno -el superior- por el Dios masculino, y otro, -el inferior- por la naturaleza femenina caótica que la divinidad debe controlar y dominar. Los humanos, por otra parte somos separados de la naturaleza, cambiamos de cancha: ya no somos parte de la ella; ahora los humanos pasamos a considerarnos «hijos del Dios» del cielo, «ciudadanos del cielo», caídos en la materia, pero sólo temporalmente, mientras llevamos a cabo el deber de liberarnos de ella.
Así, aquella antigua unidad del paradigma antropo-teo-cósmico ha quedado ahora ya totalmente fragmentada: la naturaleza reducida a cosas y recursos naturales; nosotros despojados de nosotros mismos y de nuestra naturaleza natural-divina, en favor de un nuevo todopoderoso espíritu Señor-Kyrios patriarcal, que no mora aquí abajo sino en su morada celeste del segundo piso, de donde estamos expatriados y hacia donde tanto nos cuesta dirigirnos.

LOS FAMOSOS INVASORES KURGANS
Los analistas subrayan el gran influjo que ejerció en esta transformación la religiosidad de los pueblos invasores kurgans, arios y semitas, que adoraban a dioses masculinos guerreros montados a caballo, dioses que -novedad religiosa- les habían elegido para conquistar tierras nuevas y dominar o pasar a cuchillo a sus habitantes; dioses solares del rayo y de la tormenta.
Estas violentas invasiones kurgans, realizadas en tres oleadas a lo largo de más de mil años, provocaron que por todo el Próximo Oriente se diera un proceso de sustitución de las antiguas divinidades femeninas, por este nuevo tipo de dios masculino y guerrero. Y esto fue un hito muy importante y decisivo en la historia de nuestra hominización, en nuestra evolución espiritual. Un profundo cambio de paradigma antropo-teo-cósmico. Veamos.
Al darse esta «metamorfosis» en el concepto de Dios, no sólo cambió radicalmente el estatus ontológico de la naturaleza (que como decimos pasó de ser verdadera divinidad a pasar a ser mera creatura, materia, conjunto de cosas), sino también el del ser humano, que de haber vivido en simbiótica unión con la naturaleza como divina fuente creativa de la vida, pasa ahora desprenderse de ella, a menospreciarla, a darle la espalda, a considerarla «material, inferior, y peligrosa», y a considerarse a sí mismo más digno: sobre-natural, ciudadano del cielo, peregrino sólo de paso por la tierra, viviendo sólo para el espíritu inmaterial.
Cambió también, concomitantemente, el estatus de la mujer: en la antigua Sumer, como en el antiguo Egipto y en Creta, las mujeres eran propietarias, sus intereses estaban protegidos por los tribunales, hermanas y hermanos heredaban en igualdad, y tenían funciones públicas en la sociedad, especialmente las sacerdotisas. Con este cambio religioso se deterioró la posición de las mujeres, a la par que perdían su posición las deidades femeninas del panteón sumerio. Los invasores kurgans, arios y semitas veían a la mujer como posesión del varón, padres y maridos reclamaban la potestad sobre ellas, heredaban sólo los hijos varones, mientras las hijas podían ser vendidas como esclavas por padres y hermanos... El nacimiento de un varón se veía como una bendición, mientras una hija podría ser abandonada a su suerte.
Sin duda, esta profunda transformación religiosa se dio como confluencia de múltiples causas, la revolución agraria, la revolución urbana, las invasiones indoeuropeas... que acabaron el «paradigma antropoteocósmico» de nuestra cosmovisión global vigente multimilenariamente en el paleolítico. La transformación se consolidó lenta pero poderosamente, de forma que al final de la era de Bronce ya no quedaba rastro de la antigua visión integrada antropo-teo-cósmica anterior. Desapareció la percepción de la Divinidad materna (equívocamente llamada de la «Diosa Madre»); la naturaleza quedó definitivamente degradada a la categoría «cosas», de fabricación divina, y asociada negativamente al caos y a la feminidad; y un nuevo personaje, dios, quedó solitario en el cielo empíreo, puramente espiritual, libre de contaminación, ni natural ni femenino, masculino él, supremamente inteligente y todopoderoso. No quedó rastro de la antigua unidad holística del paradigma tradicional antropo-teo-cósmico.

¿Y LA BIBLIA EN TODO ESTO?
La Biblia, puesta por escrito a partir sólo del siglo VII a.C. (hace 2,600 años), surge ya dentro de lleno de la época del nuevo paradigma antropoteocósmico fragmentado y tripartito (dios ≠ humanos ≠ naturaleza). Esto es una realidad muy claramente presente en la Biblia; es un condicionamiento muy profundo del judeocristianismo y de su obra maestra, su Libro. El judeocristianismo también nace, surge en un momento de paradigma antropoteocósmico tripartito escindido, heredero de todo el movimiento histórico espiritual milenario anterior del que la historia y la arqueología hoy nos dan testimonio. Hasta ahora desconocíamos este pasado anterior, no teníamos acceso a él por la historia ni por la arqueología. La irrupción de estas ciencias en ese pasado de varios miles de años de nuestro desarrollo histórico-evolutivo-espiritual, que nos ha descubierto toda una historia anterior, tremendamente sugerente, del paradigma antropoteocósmico que nos hizo nacer, que nos permitió vivir en una forma mucho más integrada con nosotros mismos y con el planeta y su sacralidad, ponen punto final al dogmatismo con que hasta ahora creíamos que la historia comenzaba en Sumer, que el pensamiento filosófico comenzaba en Grecia (tras los dorios, unas de las últimas invasiones kurgans) y que lo religioso, obviamente, con los orígenes mitológicos de Israel que nos cuenta la Biblia escrita a partir del siglo VII a.C.
Es importante subrayar la revolución religiosa («antropoteocósmica») que estos descubrimientos históricos y arqueológicos nos han permitido conocer. Es una revolución religiosa, pero ni hace falta que la llamemos «revolución». Podemos llamarla simplemente, nuestra «evolución» religiosa. Así nos hemos hecho, o nos han ido haciendo... ¿Hace falta que concretemos el sujeto? ¿Quién nos ha hecho así? ¿Nosotros mismos (aun sin saberlo...)? ¿Los acontecimientos naturales? ¿Los cambios climáticos? ¿Un proceso pre-escrito dentro de nuestro propio ADN? ¿O quedará poco religioso si no decimos que fue «dios mismo», avant la lettre, avant «theós»? ¿Dónde está el misterio que muchos llaman Dios? En aquel tiempo pre-bíblico, no necesitaba estar fuera de nosotros mismos ni de la naturaleza... lo transcendente, lo humano y lo natural estaban en perfecta sintonía y unidad.

HACIÉNDOSE PREGUNTAS. NUEVOS HORIZONTES
Viendo y sintiendo como propia toda esta historia-evolución de nuestra especie, cabe preguntarnos: ¿somos hijos sólo de la Biblia, del judaísmo? ¿O del pensamiento griego? ¿Tenemos que considerar chauvinísticamente que la historia comenzó con Grecia, con Israel (o con Sumer)? ¿Existe algún gen o algún ADN espiritual que señale algún momento concreto de la historia como nuestro nacimiento espiritual? Quizá históricamente hemos necesitado pensar eso, para dotarnos de una identidad que, de otro modo, no sabíamos dónde fundamentar.
Pero hoy sabemos que también en nuestro ADN espiritual está escrita toda la historia de nuestra evolución ancestral. Llevamos toda la historia evolutiva espiritual de la humanidad en nuestro software, aun sin saberlo. Somos fruto de toda la evolución, no de un momento histórico concreto; somos el momento actual de la evolución.
Habrá que reflexionar todavía sobre ello, pero creo que tenemos derecho a optar por no considerarnos hijos de ningún momento histórico en exclusiva, sino considerarnos hijos del proceso entero, ancestralmente. El hardware biológico va por su camino y no podemos intervenirlo a nuestra voluntad; en cambio, por nuestra autoconciencia y por el nuevo conocimiento que tenemos de nuestro pasado, tenemos derecho y capacidad de modificar, reorientar e incluso corregir nuestro software. Podemos recuperar los logros espirituales olvidados de nuestra historia ancestral, y tenemos derecho a corregir nuestros errores.
Hasta hace poco -y todavía hoy oficialmente- el pensamiento comienza con los griegos, y la verdad y la religión verdaderas con Israel -considerábamos que todo lo demás eran tanteos balbucientes. Pero en realidad, hoy podemos reconocer con naturalidad bio-evolutiva que la Biblia nació ya dentro de un paradigma antropoteocósmico del que sus autores no tuvieron conciencia, ni claridad ni fuerza para replantearlo. El judeocristianismo nació dentro de un paradigma fragmentado que no sería capaz de cambiarlo en los dos milenios siguientes. Ni hoy todavía lo hemos cambiado. Aunque sí podemos decir que son ya muchos los que hoy experimentan tanto un silencioso colapso religioso de en sociedades enteras, como la necesidad imperiosa de un nuevo paradigma antropoteocósmico, que probablemente tendrá que saltar por encima de la mayor parte de las religiones actuales.
Este cambio de visión nos posibilita dejar de sentirnos atados indeleblemente a un solo punto de la historia espiritual bio-evolutiva del ser humano (el surgimiento de la Biblia en mi caso). Sin perder nada de la historia de amor que hemos vivido religiosamente a lo largo de nuestra vida, nos sentimos libres y desatados, por haber encontrado un «Misterio» más grande que el hasta ahora habíamos cultuado; un misterio que descubrimos que estaba ya actuando y preparando el mundo, milenios antes de cuando pensábamos que había comenzado a actuar en la historia (con Israel y la Biblia en mi caso). No es una transformación fácil, ni superficial, ni se debe forzar, ni se debe temer. Es mejor dejar que acontezca así, como un encuentro de amor, de maduración. Pero es posible y se da: lo testimonio.

OTRA FORMA DE PENSAR EL FUNDAMENTO DE LA RELIGIOSIDAD ES POSIBLE
La ciencia hoy nos da una visión que nos descondiciona la Biblia y nos desbloquea el judeocristianismo dogmático rígido que nos hacía pensar que sólo con la Biblia empezaba la verdad, sin poder remontarnos más atrás ni adentrarnos en las maravillas religiosas que la historia y la arqueología hoy nos dan a conocer. Ahora, con los nuevos datos, con los nuevos relatos extrabíblicos, prebíblicos, o paleobíblicos incluso, podemos movernos en nuestra religiosidad con toda una lógica verdaderamente distinta:
-          Hoy sabemos que el geocentrismo de la Biblia no es un mensaje verdaderamente atribuible a la Biblia como tal, aunque se deduzca claramente de sus páginas, sino que más bien es simple consecuencia de la ignorancia pre-científica propia de la época en que fue redactada, y por eso mismo nos sentimos plenamente autorizados a prescindir de ese geocentrismo,
-          Hoy sabemos que la precedencia masculina sobre la mujer en los relatos de la creación bíblica (el varón creado primero, la mujer tomada de la costilla del hombre, la mujer como inductora al pecado y la castigada a someterse al varón), no son tampoco un mensaje proveniente de Dios mismo, sino reflejo de los paradigmas culturales de los que fueron traídos aquellos relatos y del propio machismo cultural reinante en los tiempos de la redacción de la Biblia
-          Hoy sabemos que el antropocentrismo, la creación separada del ser humano, como siendo alguien diferente y superior a todos los demás animales, plantas y seres vivos de este planeta (tenido como único), no es algo que hoy tengamos que afirmar en contra de lo que dice la ciencia actual, sino que era la única forma que en aquel tiempo les cabía en la cabeza a los contemporáneos para hablar del ser humano; hoy sabemos con naturalidad que Dios no creó a ningún especie en particular, sino que todas son un desarrollo bio-evolutivo a partir de especies preexistentes: ¡adiós al Rey de la creación!
-          Siempre hemos estado hablando de un plan de Dios para la humanidad que sería el sentido de toda la realidad de nuestro mundo y de todos los mundos y galaxias que existan... Pero hoy sabemos que pensar que estamos solos en este universo, o que somos los únicos seres con sentido... son sólo efectos del atraso científico de lo que de hecho hoy ya nos es dado observar y deducir humilde y provisionalmente...
Todas esas verdades las veíamos claramente incluidas en la Biblia y las constituíamos en los pilares de nuestro pensamiento y nuestra fe, mientras que hoy nos sentimos libres de todas ellas, como quien se ha desprendido del agua en la que estuvo bañando a su niña, y ahora la mantiene ya en sus brazos con todo cariño, ya limpia y seca, del todo olvidado de aquella agua que hizo su servicio pero que ya no sirve.
Del mismo modo, asumiendo lo que los descubrimientos científicos, históricos y arqueológicos que tenemos del tiempo paleolítico y calcolítico anterior a la Biblia, hoy podemos aceptar:
que el carácter «meramente material y caótico» de la naturaleza,
que su carácter de «fabricación» o «creación» divina,
que el «despojo de la sacralidad divina» de la que antes gozó,
que la «separación del segundo piso celestial»,
que el carácter ‘masculino’ y ‘absolutamente transcendente’ de theos,
que la misoginia de los monoteísmos que adoran a un dios patriarcal o de las religiones en general,
que nuestro vivir expatriados sintiéndonos lejos de nuestro hogar, la divina madre Naturaleza ,
que nuestro peregrinar por la tierra pensando sólo en el cielo...
...son también «condicionamientos cognitivos» que arrastramos de los avatares anteriores de la evolución de nuestro imaginario bio-histórico; son resabios de paradigmas antropoteocósmicos anteriores, que ninguno de nosotros individual ni colectivamente, ni nuestras sociedades ni siquiera nuestras religiones han sido capaces de discernir. El paradigma antropoteocósmico es el más profundo de los paradigmas o cosmovisiones, es el proto-paradigma, y no está al alcance de nuestra voluntad el captarlo y transformarlo.
En aquellos tiempos arcaicos, no teníamos capacidad ninguna para tomar distancia y discernir cómo evolucionaba nuestra forma de pensar. Hoy, subidos a los hombros de hombres y mujeres científicos que han puesto al descubierto para nosotros las influencias ejercidas y sufridas de nuestra evolución religiosa, estamos en capacidad (una cierta capacidad al menos) de juzgar, de discernir lo que pasó, de modificar hasta cierto punto nuestra conducta cognitiva y religiosa.
Hoy sabemos que se trata de una evolución, cuyas causas no siempre son visibles ni controlables, pero el conjunto sí es interpretable, y no siempre resulta indescifrable. De hecho, muchas evidencias nos parecen bien patentes. A pesar de que seguimos muy dispuestos y abiertos nuevos descubrimientos y saberes que puedan «sorprendernos» en el futuro, eso no nos priva de poder compartir humildemente ya intuiciones, verosimilitudes, conclusiones provisionales.
Desde esta actitud humilde y a la vez estudiosa y bien fundamentada, creemos que hoy estamos en capacidad de revisar profundamente datos que dábamos por certezas indiscutibles, o que incluso juzgábamos como dogmas de fe, en este campo de la evolución biopsicológico de la religiosidad. Estábamos convencidos de que antes del pensamiento griego y del origen de Israel no ha habido formas cognitivas y espirituales en nuestro relacionamiento con lo transcendente que pudieran ser consideradas más que como curiosidades arqueológicas sin significado. Todavía hoy, el 98% de los libros que estudiamos dan por supuesto que todo comenzó con los griegos y con Israel; y que anterior al ellos sólo está el mundo de los prehomínidos o semianimales, y que el llamativo replanteamiento antropo-teo-cósmico del calcolítico o de la Vieja Europa, es una utopía ilusoria que no merece la menor atención.
El mundo paleo y neoneolítico, el mundo posterior calcolítico y todo el posterior el comportamiento humano bioe-volutivo de relacionamiento con la naturaleza y con la transcendencia, durante milenios, hoy está ahí, al descubierto, a nuestra vista, obviamente todavía con oscuridades y con sorpresas guardadas que cualquier día aparecerán. Las ciencias de la religión sí, han entrado en esta nueva visión. La teología ni se ha enterado. Los comentarios bíblicos, litúrgicos, espirituales, devocionales, etc. se mantienen herméticos a todo lo que sea «científico», sólo dejan paso a lo puramente bíblico. Sin embargo, el personal abierto, normalmente estira las orejas con atención, y se pregunta, y hace preguntas, y pide libros para leer al respecto.
Son ya bastantes los científicos los que reconocen en aquel comportamiento humano milenario la presencia de modelos que resultan más humanizantes que algunos de los modelos presentes. Necesitamos revertir aspectos que, aparentemente con más conocimiento filosófico y más técnica, nos han escindido de la naturaleza, nos han despojado de sacralidad, nos han apartado de “dios», han puesto a dios en otro mundo, nos han hecho extranjeros en nuestra propia tierra para convertirnos en forasteros, peregrinos del cielo (¡si no del infierno!). En no pocos aspectos, el viejo paradigma antropoteocósmico calcolítico está mucho más acertado que lo que después trajeron los kurgans, o los griegos (dorios), los invasores semitas del desierto, o los israelitas conquistadores de la tierra prometida... Es hora de erradicar el gratuito y falso convencimiento de que la verdadera sabiduría y religión comenzaron con Grecia e Israel.
Hubo un momento histórico en el que nos desviamos, y no fue en el calcolítico. El paradigma antropoteocósmico se descompuso después. Pero todavía más tarde, ya en el Neolítico, los griegos e Israel, con todos sus indiscutibles progresos avances, no fueron capaces de reorientar el desvío que habíamos tomado. Estaban tan de lleno metidos en la nueva configuración pos-calcolítica del paradigma antropteocósmico, que no eran capaces de ver sus deficiencias. Por otra parte, la situación inmediatamente anterior había desaparecido enteramente de su visión, no podrían imaginar siquiera de dónde venían. La filosofía griega y el judeocristianismo no fueron capaces de reorientarnos, no supieron recomponer el paradigma antropoteocósmico, quedaron ahí fijados, atados sobre todo por la potencia deslumbrante del pensamiento griego, y un milenio y medio después seguimos ahí, desviados, desorientados. El cristianismo actual ni con el Concilio Vaticano II fue capaz de tocar siquiera el paradigma antropoteocósmico milenario vigente. Y ahí estamos hoy, atados por el espejismo de la inmutabilidad no proclamada pero vigente de hecho del paradigma antropoteocósmico post-neolítico, paralizados por su invisibilidad: ojos que no ven, corazón que no siente.

MÁS PREGUNTAS
¿Habrá que volver atrás? ¿Habrá que recuperar la perspectiva antropoteocósmica calcolítica...? No estoy diciendo esto... pero mucho menos diré que haya que continuar con el teísmo griego o el antropocentrismo judeocristiano cuyos profundos efectos dañinos permanentes ya están demostrados, en el pasado y en el presente, hoy mismo.
Tal vez sea difícil recuperar el hogar espiritual y la perspectiva antropoteocósmica integrada de aquellos tiempos calcolíticos de los que en algún momento nos desviamos. Tal vez va a ser más probable dar un salto por encima, y entrar en un estadio espiritual pos-religional, libre de los condicionamientos cognitivos antropo-teo-cósmicos, quiero decir, más allá de estas coordenadas: sin humanocentrismo, más allá del concepto clásico de naturaleza (que hace tiempo que la física cuántica ha tirado por la borda, aunque sigamos agarrándonos a él), y ciertamente sin teísmos.
Se impone pues la necesidad de un análisis más profundo de este núcleo antropoteocósmico milenario, de las transformaciones que ha sufrido a lo largo de nuestra historia evolutiva, así como de la libertad omnímoda en que su conocimiento nos sitúa frente a todo condicionamiento filosófico posterior (griego y bíblico especialmente en nuestro caso). Es necesaria una visión que nos libere de los desastres que nos ha causado a nosotros y al planeta la forma disfuncional actual en que todavía nos relacionamos con la naturaleza, por obra de ese paradigma antropo-teo-cósmico inexplicablemente todavía operante en el cristianismo standard (teología, dogma, catecismo, imaginario cristiano).
No plantearse todos estos temas, y seguir educando, catequizando, predicando... como si no pasara nada, ¿se podrá hacer sin incurrir en una falta de honestidad?

CONCLUYENDO
Las diferentes configuraciones del núcleo antropoteocósmico, no son más que «mapas», esquemas, idealizaciones filosóficas con las que queremos habérnoslas con la realidad que nos rodea, tratando de interpretarla, de responder a nuestra necesidad de explicación y nuestra búsqueda de sentido. Y todos esos mapas -también nuestras visiones paradigmáticas antropoteocósmicas- no son más que eso, intentos balbucientes por pronunciar un misterio inalcanzable. A veces hay que decidir ante ellos no por teorías, sino por razones prácticas; ya lo fijo Jesús: el árbol bueno no puede producir frutos malos; o sea, que un paradigma antropoteocósmico que nos deshumaniza, nos fragmenta o nos aliena, no puede ser bueno.
Las religiones agrarias nos han transmitido un paradigma antropoteocósmico realmente desintegrado y desintegrador, deshumanizante, despreciador de la naturaleza, destructor del mundo, del que en pocas palabras se podría decir así:
-          El concepto de naturaleza que nos ha transmitido: desacralizante para con ella (considerada profana, «material», «creada, fabricada») y dualizante (separación del cielo y de la tierra, de lo visible y lo invisible, de lo material y lo espiritual, de lo físico y de lo metafísico, lo humano y lo divino);
-          La imagen de nosotros mismos que nos ha introyectado: un ser humano sobre-natural, no natural, principalmente espiritual, superior, imagen (diferente) de Dios, dueño, y con privilegio para el sexo masculino; (¡Volver a la Tierra!, religiones del libro, volver al primer libro y dejar el comentario).
-          y el teísmo:
. que personifica del Misterio de la Realidad en forma de un theos, pensado a nuestra imagen y semejanza,
. que lo saca de este mundo transcendiéndolo y exteriorizándolo («que estás en el cielo»)
. que expatría por tanto el Misterio fuera y más allá de la realidad cósmico-natural-universal (la única que conocemos),
. que constituye en morada propia de theos el otro mundo, el cielo, el mundo no natural ni cósmico, el mundo espiritual (no material), el «segundo piso» que sobrevuela sobre el mundo natural y humano,
. que acapara en sí mismo la totalidad de la sacralidad de la Realidad, ocupando su centro (teocentrándolo todo) degradando la existencia de todo el resto de la realidad a la categoría de mero pensamiento de Dios, reflejo de la grandeza de Dios, efecto de la bondad amorosa providente de Dios que en cualquier momento puede dejar caer en la nada a la realidad con sólo dejar de pensar en ella...
Concretamente en el cristianismo, a partir de su profunda inculturación en la cultura griega y en el helenismo, su teología y su dogmática quedan claramente dentro de los límites del marco de la visión cosmoteándrica que se fraguó en el ocaso de la «Vieja Europa» y en el Oriente Próximo a partir del IV milenio a.C. Aquel marco de pensamiento ha estado vigente hasta hoy, y todavía lo está en la mayor parte de las capas culturales populares de Occidente. En conjunto, podríamos decir que la mayor parte de teología y de la institución eclesiástica escuchan este discurso casi seguro por primera vez.
Urge pues repensarlo todo, más allá del campo filosófico y teológico, repensarlo, pero «fuera de la caja», thinking outside the box, en la que llevamos varios milenios encerrados. Y de la que algunos piensan que no se puede/debe salir, porque sólo en la caja -o el libro- está la Verdad, que además es eterna e inmutable.
Siempre nos ha parecido legítimo expresar la verdad religiosa profunda de una religión en términos filosófico-teológico-doctrinales rigurosos, y con frecuencia hemos definido el núcleo duro de la verdad o verdades propias de una religión. Pero hoy, después de Darwin, en una sociedad post-metafísica, en movimiento completo, desde una epistemología crítica y en constante diálogo con las ciencias, sobre todo con la historia, la antropología y la arqueología de la religión, resulta evidente que esta apelación «última» a la filosofía y a la teología se desvanece por sí misma, por cuanto los actuales conocimientos científicos hacen manifiesta la dependencia paradigmática de las filosofías y teologías tradicionales respecto del paradigma antropoteocósmico configurado en el IV milenio, dentro del cual todas esas filosofías han quedado encerradas y del cual son todavía dependientes. La filosofía y la teología «perennes» también nos han mantenido «dentro de esa misma caja», como bajo una especie de techo de cristal invisible, que hace que todas nuestras argumentaciones sean mera repetición, «peticiones de principio», de unos axiomas del pasado, necesariamente contingentes.
Epistemológica y cognoscitivamente hoy estamos dependiendo de un «tiempo axial» (no el de Karl Jaspers, sino el que se dio a partir del calcolítico), y quien no sea capaz de sacar la cabeza fuera de esa caja y darse cuenta de su propio encerramiento, ni podrá percibir su propio derecho a salir de la caja: se sentirá feliz dentro de ella, y se indignará contra quienes quieran pensar de otra manera.
Estamos en un nuevo tiempo axial -no importa el nombre con que lo llamemos. El paradigma antropo-teo-cósmico que se formó a partir del calcolítico hace aguas y se está quebrando de un modo incesante y acelerado sobre todo desde la Modernidad. Una parte importante de la población mundial está abandonando la configuración cosmoteándrica post-neolítica de la época de las civilizaciones, las religiones y del teísmo; está rompiendo la caja en la que hemos estado encerrados sin darnos cuenta.

CONCLUSIÓN FINAL ABIERTA
A quien redacta estas reflexiones no se le oculta que con ellas no está resolviendo los problemas, sino simplemente planteándolos. El discernimiento, las propuestas de solución y el replanteamiento operativo apenas han sido tocados, están por ser abordados a fondo. Lo que hemos hecho es sólo apelar a que un nuevo planteamiento del problema es posible, no sólo necesario. Decía Teilhard de Chardin que lo más difícil no es resolver un problema, sino plantearlo bien... En este estudio proponemos un nuevo planteamiento del problema, exigido por la altura actual por los conocimientos científicos interdisciplinares. Creemos que, si no tenemos en cuenta estas nuevas exigencias, el problema no será correctamente planteado, y en consecuencia no podrá ser resuelto, sino sólo perpetuado viciosamente en su forma anterior. Y ya llevamos varios milenios, los dos últimos a cargo del cristianismo, sin lograr siquiera plantearlo bien. ¿Será que ha llegado la hora de intentarlo de nuevo pero con valentía?
Llevamos más de dos milenios con nuevas propuestas, pero sobre el mismo viejo presupuesto, el mismo viejo paradigma antropoteocósmico. ¿No es el momento de intentar nuevas propuestas, pero sobre un nuevo presupuesto, sobre un nuevo paradigma antropoteocósmico? ¿Es posible? Si todo lo dicho ha servido para mostrar que ya es posible intentarlo, hemos conseguido lo que pretendíamos. Otros deben llegar mucho más lejos.


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